La acción del bien nunca es inocua o no efectual o no dañina al mal (o a los privilegios de sus intereses creados). Así es, la haga quien la haga, aunque la haga Jesucristo; porque racional o éticamente la instalación del bien, en tal sitio,
contexto o espacio social, afecta totalmente a la instalación del mal ya instalada.
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